Esto ocurrió durante mis primeros días de trabajo, para mí era una experiencia no muy placentera, y es que trabajar en algo por mera obligación no es para nada agradable, recuerdo que viajaba en el metro de mi ciudad y esperaba bajar en la estación Cal y Canto para encontrarme con la persona con la que tenía que trabajar ese día, pero antes de la parada fijada el vagón se detuvo sin previo aviso, las personas que no estaban preparadas para el frenado repentino salieron impulsadas hacia delante, ninguna cayó al suelo pero muchos quedaron asustados, por las bocinas se escuchó al conductor dar el siguiente comunicado “S..se pide disculpas a los pasajeros por el frenazo”. Su voz temblorosa y entre cortes, da a entender su exaltación, después de un pequeño silencio continuó con el comunicado “Tenemos que detener el servicio, una persona se ha arrojado a las vías”. El audio no se cortó enseguida, en ese pequeño momento se podía escuchar la respiración y el pavor que tenía el conductor.
Ver como alguien muere es algo nefasto, nadie quiere ver el final de un ser humano con sus propios ojos y mucho menos estando en la posición de aquel hombre tras los controles del tren. Entre los murmullos de la gente la voz de un hombre resonó furiosa “Conchesumadre!, por culpa de ese saco de hueas voy a llegar tarde”. Decía mientras miraba a otros buscando aprobación, me hizo pensar un poco en el desprecio hacia la misma vida, pero no creo que diría lo mismo estando en los zapatos del hombre que vio morir aquella persona, algunos humanos son tan insensibles a las emociones ajenas, pero es sólo un mecanismo de su cerebro para evitar procesar más de lo que pueden, una forma elegante de decir que es el mismo miedo es el que los hace actuar de esa manera...
Minutos más tarde llegó personal a evacuarnos de los vagones y llevarnos a la estación más cercana, la cual por fortuna era mi destino, mientras salíamos varios trataban de no mirar el acontecimiento, pero el morbo es más fuerte y muchos de los pasajeros intentaron sacar fotografías, no pude ver con detalle, pero el color rojo de la sangre y el hedor a la misma era algo que hasta al más valiente llevaría a un psicólogo. Llegamos a la estación caminando, los carabineros tenían gran parte del lugar cerrado para evitar las miradas de curiosos, los cuales no eran pocos, algunos molestos pedían explicación del cierre y otros resignados esperaban que se reiniciara las actividades. Entre la multitud de gente pude distinguir a la persona con la que debía trabajar, es un gaje del oficio saber distinguirlos, el ojo se acostumbra con el tiempo a saber quién está vivo o muerto, con la cabeza agachada me preguntó quién era, a lo cual yo respondo con otra pregunta “¿Por qué saltaste?”.
Nota: Gracias por leer.